Con frustración e indignación, familias de reos asesinados esperan entrega de cuerpos; creen que se pudo evitar tragedia, pues internos habían alertado

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Gritos, reclamos, angustia, desesperación, desmayos, llanto, impotencia… Son parte de las escenas que se han registrado en las últimas horas en los exteriores del servicio de medicina forense de Santo Domingo de los Tsáchilas.

A ese lugar han llegado decenas de familiares de personas privadas de la libertad que buscan saber si sus allegados están entre los 44 muertos de la revuelta de la madrugada del lunes.

Las bandas delictivas Los Lobos y un fraccionamiento de ellos, los R7, serían responsables del nuevo amotinamiento carcelario.

Según el Gobierno, la mayoría de asesinatos se cometieron con armas blancas o cortopunzantes.

Una mujer de unos 30 años, tras la confirmación del fallecimiento de su hermano, estalló en reclamos contra las autoridades. “Esperan que haya tanto muerto para solo recoger los cadáveres, eso es lo que esperaron”, dijo en medio del llanto.

Se preguntó por qué la Policía o el Ejército no ingresaron al centro carcelario para salvar la vida a los presos si, según ella, los mismos reos alertaron desde las doce de la noche del amotinamiento. Aseguró que las armas las ingresan los mismos policías y guías penitenciarios.

Otra mujer pidió que las masacres paren. A su allegado lo decapitaron. “¿Cómo entran las armas ahí si cuando uno va de visita le quieren sacar el útero”, expresó en medio de la consternación.

La larga espera de los familiares la hacen a pie o a ratos usan alguna de las aproximadamente 50 sillas de plástico de color blanco que se han colocado en los exteriores del servicio de medicina forense.

Una carpa de plástico sobre las sillas evita que la gente que está a la espera se moje, aunque varios de ellos así lo prefieren.

El acceso al lugar es de tierra y con la lluvia que cayó en las últimas horas hay lodo y charcos de agua por todos lados.

Amanda llegó de Esmeraldas junto con un familiar el lunes. Quisieron ingresar a la cárcel, pero no pudieron.

Dieron los datos de su cuñado Miguel. Estaba detenido en el pabellón de mediana seguridad por asesinato durante ocho años a la espera pronto de recuperar su libertad.

Aproximadamente a las tres de la mañana del pasado lunes llamó a su tía para pedir que se comuniquen con la Policía, porque le contó que se venía un amotinamiento. Luego volvió a comunicarse y les avisó que estaba herido. La llamada se cortó.

Una persona, quien supuestamente está detenida en esa cárcel, contó –por vía telefónica– que en el pabellón C, de máxima seguridad, había disparos. Está en ese centro desde hace dos años.

Otros estaban recluidos hace poco tiempo como es el caso de Joel, de 22 años, quien estaba preso por robo.

Al enterarse de la masacre, su hermana Noemí fue al hospital Gustavo Domínguez, donde no obtuvo ninguna información, pues le manifestaron que no iban a decir nada.

“Cómo nos pueden decir eso si estamos angustiados sin saber nada de él”, mencionó mientras las lágrimas corrían por las mejillas.

Por la rebelión del 30 de septiembre de 2010, Roberto, un expolicía a quien le dieron de baja, fue a parar a la cárcel. Para salir le faltaba un año.

Él se comunicó el domingo cuando llamó a su mamá para saludarla por el Día de la Madre y alertó de lo que iba a suceder.

“Dejaron que se maten”, señaló su tía María, quien estaba a la espera –desde el lunes– de conocer si falleció o no.

Virginia aguardaba impaciente saber algo de su tío Byron, de 38 años, preso por droga.

“Por lo menos que nos digan algo, está vivo o muerto, pero la cosa es saber, no estar aquí en esta incertidumbre”, expresó.

Un mes estaba preso, aunque sin sentencia definitiva. A un costado se colocó una carpa del Consejo Cantonal para la Protección de Derechos que da ayuda con psicólogos, asesoría legal e incluso puede donar ataúdes.

Hasta las 15:00, 21 cadáveres habían sido identificados y se comenzaba con la entrega de los restos.

Mientras, el acceso vehicular está restringido a la cárcel Bellavista, de Santo Domingo, pero las personas pueden acceder caminando. Varios familiares esperaban saber algo de sus parientes detenidos.

Una mujer con una gorra y tapabocas a la mitad de la barbilla respiraba tranquila, pues mencionó que su hijo no estaba ni herido ni muerto. Daba gracias a Dios.

En los exteriores de ese centro de rehabilitación hay personal policial y militar y poco movimiento.

Antes de las 13:00, de un vehículo descendieron dos hombres, de unos 30 años aproximadamente. Eran parte de los más de 100 fugados, pero que venían a entregarse de forma voluntaria para evitar inconvenientes en el futuro. Un policía los recibió y fueron llevados al interior del centro carcelario.

Leydi Castañeda, directora provincial de Derechos Humanos, los acompañaba y afirmó que huyeron para salvar su vida. Catorce detenidos de manera voluntaria han vuelto a la cárcel, comentó.

Según el Ministerio del Interior, se fugaron 220 reos y han sido recapturados 200.

Fuente: El Universo