En octubre de 2017 una noticia copó los titulares en todo el mundo: los científicos habían encontrado un misterioso objeto que procedía de más allá de nuestras fronteras cósmicas, el Sistema Solar. Se trataba del primer viajero interestelar del que la humanidad tenía constancia, y aún se debate si el famoso Oumuamua es en realidad un asteroide, un cometa o incluso una antigua nave extraterrestre varada por lo desconcertante de su comportamiento. Pero que sea el primer cuerpo interestelar detectado no significa que, de hecho, sea la primera «visita» de una roca lejana a nuestro vecindario espacial.
Ahora, científicos de la Universidad de Harvard (uno de ellos el creador de la teoría de que el Oumuamua sea una antigua nave alienígena) afirman tener evidencias de que hace cinco años la atmósfera de la Tierra fue golpeada por otro objeto interestelar y que ni siquiera nos dimos cuenta debido a su tamaño. El estudio, prepublicado -es decir, sin haber pasado la revisión por pares- en laplataforma Arxiv.org y firmado por el polémico Avi Loeb y Amir Siraj, sostiene que el objeto, mucho más pequeño, colisionó contra el cielo sobre Papúa Nueva Guinea. Y que estos impactos son más comunes y cercanos de lo que creemos.
«En lugar de mirar lejos en el espacio, y dado el hecho de que debería haber una mayor abundancia de objetos interestelares más pequeños que Oumuamua, pensamos ‘¿Por qué no mirar localmente y encontrar estos objetos interestelares más pequeños en el momento que chocan con la atmósfera de la Tierra?», explica el astrónomo y principal autor del estudio, Amir Siraj, para Newsweek.
Un objeto de medio metro a 60 kilómetros por segundo
Trabajando con el astrofísico de Harvard Avi Loeb, Siraj repasó un catálogo de impactos de meteoritos que mantiene el Centro de Estudios NEO de la NASA (CNEOS). Escondido entre estos datos, descubrieron un extraordinario valor atípico: una bola de fuego que en 2014 que se precipitó hacia la Tierra a una velocidad de alrededor de 60 kilómetros por segundo. Era mucho más pequeñoque Oumuamua -al que se estima que mide unos 180 metros de largo por 30 de ancho-, alcanzando menos de un metro de ancho, por lo que los habitantes de la Tierra ni siquiera nos enteramos.
Cuando Siraj y Loeb calcularon la trayectoria orbital del meteoro basándose en su velocidad, sus números sugirieron que el objeto no estaba ligado orbitalmente al Sol: viajaba tan rápido antes de su final ardiente que se deslizó directamente a través de la fuerza gravitacional del Sol. Para que eso sea posible, sugieren los investigadores, el objeto tuvo que originarse en otro lugar, mucho más allá de nuestro Sistema Solar.
Algunos miembros de la comunidad científica han alertado que estos números son hipotéticos y que la teoría de Siraj y Loeb es descabellada, si bien algunos investigadores se han mostrado interesados por los resultados. «El resultado es interesante, pero se basa en mediciones para un solo evento», afirma al respecto el astrónomo Eric Mamajek, del Laboratorio de Propulsión a Reacción de la NASA, a Science News.
Y ocurren muchas más veces de lo que pensamos
Según los cálculos de Siraj y Loeb, estos eventos como este ya habrían ocurrido en innumerables ocasiones en la historia de la Tierra, y al observar futuras visitas, podríamos aprender mucho sobre los antecedentes de estos viajeros lejanos. «Los futuros estudios de meteoros podrían marcar los objetos entrantes con velocidades heliocéntricas excesivas para las observaciones de seguimiento antes del impacto», afirman los investigadores.
Habrá que esperar a la revisión del artículo para saber la opinión mayoritaria de la comunidad científica al respecto.
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